En un contexto social en el que crece el consumo de los psicofármacos y la tendencia a la medicalización (es decir el tratamiento de cuestiones sociales o circunstancias de la vida como problemas médicos o patologías), una psiquiatra neuquina apuesta por los abordajes con una cuota de arte terapia, desmarcándose así de la concepción tradicional del ejercicio de su profesión, que circunscribe las consultas a un diagnóstico, la receta de un medicamento y el control mensual o periódico del tratamiento.
Nacida en Buenos Aires, pero criada y con el corazón en Neuquén, Jimena Fernández decidió volver y echar raíces en su lugar de pertenencia en plena pandemia de coronavirus. El frenético trajín porteño y la impotencia de no poder desplegar su expertise para llevar alivio a los pacientes que atendía en un hospital público de Lugano – por el cierre del Servicio de Salud Mental-, fueron los detonantes que aceleraron la decisión de su regreso al Alto Valle, una cuenta pendiente que venía pateando desde hacía tiempo.
Aquí llegó con la idea de poner en valor su experiencia y, sobre todo, con la convicción de profundizar un camino que había empezado a explorar años atrás, cuando trabajaba en el Hospital Italiano de Capital Federal.
«Durante un par de años trabajé en internación en salud mental y con muchos pacientes la palabra no alcanzaba. Investigando para ver qué posibilidades había, llegué al arteterapia. Me contacté con gente que venía trabajando en eso hacía varios años, empecé a estudiar en la Asociación Argentina de Arteterapia con profesionales muy serios que vienen del campo de la psicología, la psiquiatría y el arte. De esta manera, empecé a aprender técnicas para llevar a ese encuentro con los pacientes. La idea era que se pueda desplegar la subjetividad de otra manera, que no sea a través de la palabra», explicó para luego recordar el avance que logró con una persona con esquizofrenia.
«No podía contarme desde la palabra, pero sí desde el dibujo. Y eso permitió que tomara menos medicación. Es decir que, la comunicación de su sufrimiento por esa vía, permitió que necesite menos medicación para estar bien. Ese fue mi primer acercamiento con el arte en salud mental. Luego fui implementando experiencias en hospitales de día, centros barriales, el consultorio y talleres de expresión creativa para niños y niñas», postuló, antes de reflexionar sobre su profesión.
«Para mi el objetivo de la psiquiatría es aliviar el padecimiento humano, con todo lo que eso implica. También está bueno pensarla desde la vertiente de la promoción de la salud mental o prevención porque, en general, la persona llega al psiquiatra cuando ya tiene un padecimiento grande. Está bueno pensar de qué manera podemos prevenir», enfatizó para luego presentar sus diferencias respecto al enfoque psicofarmacológico en el que suele quedar encasillada su actividad.
«Yo a eso lo llamo psiquiatría clásica, que es más cercana a la medicina. Sería una psiquiatría más médica donde la consulta es corta y la propuesta va más de la mano de la medicación. Creo que lo que más abunda en el imaginario es el psiquiatra al cual vas una vez por mes y te chequea la medicación. Por otro lado, esto es también lo que proponen las obras sociales y las instituciones: la psiquiatría como el mero control farmacológico que implica preguntar determinados síntomas y ajustar la medicación. Yo no estoy muy de acuerdo con esa forma, creo que habría que alimentar esa propuesta«, sostuvo.
«El psicofármaco es una herramienta que en muchas situaciones ayuda y acompaña. Yo lo pienso desde ahí también, pero no alcanza y no es lo único», agregó.
«Hay psiquiatras que utilizan además la palabra, que son psicoterapeutas . Hay otros psiquiatras, la minoría, que utilizamos otros medios de expresión como el arte», postuló, para luego y dar precisiones respecto a su modalidad de trabajo.
«En primer lugar, la idea es estar abierta a ver qué necesita el otro y cuál es la forma de expresión más adecuada a su personalidad. Escuchar lo que viene a buscar, ver cuál es su interés. Eso es lo que marca cualquier encuentro terapéutico, ver cuál es su propósito o deseo de cambio», explicó.
«Después mencionar que yo trabajo no solo con la palabra, sino también con la música, la plástica, el movimiento. En general a mi consultorio llega gente que sabe cómo trabajo y muchos ya han tenido alguna experiencia artística. Llegan por derivación o recomendación», dijo al ser consultada sobre si las personas se sorprenden o son reticentes a su propuesta.
«La forma de trabajo depende de la necesidad de la persona y de lo que establezcamos como encuadre. Es decir, lo que definamos respecto a cuánto tiempo, en qué lugar y con qué podemos trabajar. Hay personas a las que veo semanalmente, otras cada quince días, otras una vez al mes. Hay personas a las que acompaño desde el arte terapia, con otras soy psicoterapeuta (yo estudié psicoanálisis muchos años). Y a otras personas, que ya tienen otros espacios terapéuticos, las acompaño desde la medicación. Hoy en día mi consultorio tiene todas esas vertientes», destacó.
En su consultorio se pueden dar diferentes escenario: «Por ejemplo, yo tengo un paciente que es músico y en un momento le propuse que trajera la guitarra. Me contestó: ¿Enserio? ¿puedo traer la guitarra?´’. La gente se asombra. Ahora tengo otra pacientes que viene con su perro. La idea es posibilitar que aparezcan otros actores, sean objetos o seres».
«Me ha pasado también que, después de una primera sesión de 50 minutos, una hora, donde escuché qué la trae a mi consultorio a esa persona (y después de acordar una forma de trabajo), antes de irse -cuando nos despedimos- me dice: ‘¿ Y no me va a medicar doctora?’. Es como que muchos esperan llevarse también un psicofármaco», advirtió.
«Creo que en relación a la medicación, se juega mucho el ‘dame algo porque quiero estar bien’, cuando el estar bien implica todo un trabajo personal. Creo que hay como una necesidad de resolución inmediata. Hay malestares y malestares. Algunos hacen que estés menos productivo y en esta época en la que vivimos, la productividad está siempre ahí, como a algo a lo que se aspira. Y hay que resolver todo de inmediato para seguir haciendo, cuando el sentir tiene un tiempo y una dimensión corporal y mental diferente. El psiquismo tiene tiempos diferentes al que nos marca el calendario, el reloj y la vida productiva que nos pone el capitalismo y es difícil adecuarse a eso», analizó.
«Hay malestares que hay que resolverlos de inmediato, sí. Pero no todos. Está bueno también elaborar e indagar en lo que te tiene mal. La medicación puede ayudar, acompañar, sin duda. Pero no es lo único. Está bueno pensar en la causa de lo que te pasa. Y, por otro lado medicar bien, también es un arte», remarcó.
«Lo que hace la terapia mediada por el arte es poner en juego la creatividad y la creatividad sirve para la vida. Ponerla en juego permite que se puedan abordar los conflictos de otra manera. El objetivo es entrar en un proceso creativo que ayude a resolver los conflictos de manera creativa. Muchas veces intentamos resolver un conflicto desde la palabra, lo analizamos, pero no podemos pasar a la acción. En ese sentido, esto permite poner el cuerpo de una manera creativa que ayuda a pensar otras formas para resolver«, argumentó.
Respecto a cómo se puede trabajar en prevención desde la psiquiatría y el arteterapia, Jimena indicó: «Todo lo que habilite la expresión de las emociones implica un trabajo de prevención. Un espacio cuidado donde se pueda compartir con un otro ese universo interno. Esto es importante: que el espacio sea cuidado y que esté enmarcado como un espacio terapéutico».
Si bien actualmente Jimena despliega su saber en un centro de salud mental y en su consultorio particular, no descarta seguir apostando al desarrollo de experiencias grupales, tal como hizo el año pasado al idear un taller de expresión terapéutica destinado a las infancias.
Una cuenta pendiente con Neuquén
Aunque nació en Buenos Aires, desde muy pequeña Jimena encontró en Neuquén su lugar de pertenencia. Si bien regresó a Capital Federal para estudiar, el tiempo se prolongó más de lo previsto entre capacitaciones, experiencias laborales y la vida misma.
El ritmo vertiginoso se cortó con la llegada del coronavirus y el nuevo escenario que trajo la pandemia la llevó a considerar la posibilidad de un retorno, algo que finalmente concretó en diciembre del 2020, cuando las flexibilizaciones dieron luz verde para los viajes dentro del país.
«Tenía ganas de volver, yo me había ido a los 18 años y sentía que tenía una asignatura pendiente. Por otro lado, no aguantaba más Buenos Aires. Era muy hostil el ritmo, la cantidad de gente», contó la psiquiatra.
«Yo estaba trabajando en el Hospital General de Agudos Cecilia Grierson y cuando arrancó la pandemia cerraron el Servicio de Salud Mental y nos mandaron a la Unidad Febril de Urgencias a hacer hisopados. Yo estaba muy enojada porque se tomó esa decisión en un momento de incertidumbre, de muerte, de aislamiento en que la gente la estaba pasando muy mal. Eso terminó de definir la decisión de dejar todo y volver acá. Fue una conjunción de factores», resumió.
*Jimena Fernández es médica, especialista en psiquiatría y arteterapia. Presidenta del Capítulo Arte y Salud de la Asociación de Psiquiatras Argentinos (APSA). Matrícula Nacional 129.855. Matrícula Provincial 8.036. Matrícula Espacial 4.427.
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