Una de las más recientes publicaciones de Salamandra, el sello perteneciente al grupo editorial Penguin Random House, ha sido escrita por un médico cirujano holandés y plantea un recorrido a través del arte de la cirugía, reviviendo con detalle 29 de las operaciones más célebres.
El cirujano que ha escrito este libro es Arnold van de Laar, de 53 años, y su trabajo ha sido publicado en español con el título de “El arte del bisturí”.
Desde el relato de cómo Albert Einstein se salvó de un aneurisma hasta la extracción de un cálculo renal que se practicó a sí mismo un herrero holandés en el siglo XVII o la operación a Juan Pablo II tras el atentado que sufrió en 1981, entre otros, en las cerca de 432 páginas que componen este libro, van de Laar, con un enfoque que es instructivo y estremecedor, intenta dar respuesta a todo lo que sucede en el curso de una operación e indaga en los límites de la cirugía al hilo de los nuevos avances médicos, y reflexiona alrededor de los procedimientos y la filosofía de quienes cortan para curar.
“Hay muchas historias de operaciones famosas, pero sus escritores no son médicos. Escribí el libro para poder contar estas historias desde una perspectiva médica y que no se perdiera información”, señala el autor, en conversación con El País, en donde reconoce que uno de los puntos débiles que su campo de acción tiene reside en el gran respeto que muchos cirujanos jóvenes tienen hacia los más veteranos. “No deben escuchar sus consejos”, dice, “sino examinar la evidencia que ahora se publica en artículos científicos”.
Para respaldar su juicio, se apoya en el caso del primer cirujano en realizar una cirugía abdominal, el doctor Theodor Billroth, quien dijo en su momento que no se debía operar un corazón, sin explicar por qué, y como era un experto, nadie lo refutó.
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Al interior de estas páginas, el lector se encontrará con la historia de la muerte de Sissi, la emperatriz austriaca, a causa de una perforación del pericardio tras ser apuñalada con un estilete; la del ilusionista Harry Houdini, que murió por una apendicitis aguda; la de las reducciones de abdomen que realizaban en el imperio romano; la del compositor Lully debida a un bastonazo sobre el dedo gordo del pie mientras dirigía su orquesta; o la de la escritora británica Frances Burney, a quien le extirparon el pecho sin más, cuando aún no existía la anestesia, que vino a inventarse en el siglo XIX.
En aquella época, relata van de Laar, los pacientes estaban despiertos durante las intervenciones quirúrgicas. Además del sufrimiento que la experiencia podía llegar a generarles, terminaban teniendo estrés postraumático y otros trastornos. Estas prácticas hicieron que los cirujanos perfeccionaran una cualidad que, a día de hoy, sigue siendo escasa: la velocidad. “No creo que hubiera tenido el valor y la conciencia necesarios”, ha dicho el autor.
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“El futuro ideal de la cirugía sería que el mal necesario dejara de existir; la profesión desaparecería, el bisturí quedaría en desuso… Por suerte, la historia reciente muestra que avanzamos en esa dirección. El progreso tecnológico del siglo XX hizo posible que cada vez más pacientes se sometieran a operaciones complejas, y gracias a eso podemos analizar científicamente los resultados de dichas operaciones. En los últimos veinte años hemos tenido la posibilidad de evaluar el éxito de una operación respecto a otros tratamientos o a la no intervención. El hecho de disponer de resultados de grupos cada vez más numerosos de pacientes nos brinda pruebas más y más claras a favor o en contra de la eficacia de una operación. Por fin, la cirugía hunde cada vez más sus raíces en evidencias. Curiosamente, al aproximarnos a la cirugía con el método científico resulta cada vez más obvio que menos es más: a menudo, una incisión más pequeña, una operación más breve o un medicamento en lugar del bisturí logran mejores resultados que las grandes operaciones en las que antaño se creía a pies juntillas. Así resulta que hemos de darle la razón al viejo Hipócrates: hay que arreglar todo lo que pueda arreglarse, con la mínima intervención posible”.
Más allá del enorme e interminable anecdotario, a veces macabro, a veces picante, pero siempre curioso, escribe Javier Pérez Castells, en El Debate, en este libro se aprende mucho sobre cirugía y se hace un muy merecido homenaje a los cirujanos pioneros que contribuyeron. “Una lectura absolutamente recomendable para todo el mundo”, comenta.
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