«Nos pilló a todos de golpe, daba igual si eras residente o adjunto, era algo totalmente nuevo, la primera ola fueron dos meses donde ibas al hospital a ayudar y ser de la mayor utilidad posible», recuerda Aisa. Los residentes han sido parte de ese personal sanitario que ha luchado contra la pandemia. Lo han hecho dentro del plan de su formación de médicos, en una figura que vive a caballo entre el aprendizaje y la labor médica diaria.
Como todo desde marzo de 2020, sus lecciones han estado marcadas por el coronavirus. Una circunstancia que, creen, ha ayudado en el nivel personal como sanitarios, pero les ha restado habilidades técnicas como especialistas. Siguiendo el caso de Aisa, ha estado más meses de los habituales en la UCI, pero explica, ha visto menos patologías de las que hubiera atendido en una situación no pandémica: «Prácticamente todo era covid y la UCI es mucho más».
«Te obliga a crecer más rápido que en una situación controlada, asumir responsabilidades, ser más autónomo, das un paso al frente y ayudas en todo lo que puedes», relata su compañero Juan Llau, también residente de anestesia del Hospital General de València. Admite frustración en los primeros momentos de pandemia por «no tener todos los conocimientos para ayudar, pues se contó con nosotros, pero en un rol de menos peso, que ha ido cambiado con el tiempo y es normal».
Isabel Aisa complementa esa sensación: «Eres residente, todo el mundo intenta dar lo mejor de sí, había momentos en que me hubiera gustado ser de más ayuda y no podía, pero al final, si todo el mundo hacía lo que sabía acababa aportando mucho». Llau habla de un tiempo de tener que aplicar «medicina de guerra», pero contrapone esa «experiencia que nos ha curtido» con una pérdida de formación más allá de asuntos covid. «Los rotatorios han sido muy cojos porque todo estaba centrado en la covid. Ha habido una caída de congresos y docencias y aunque teníamos más tiempo para estudiar, mentalmente no era fácil volver a casa y centrarse», desgrana.
La sensación es compartida con otras especialidades. Pablo Jorda es residente de Traumatología en el Hospital La Fe de València. «Con el confinamiento se paró toda la actividad de Traumatología, nuestras cirugías pasaron a cero y a que todas consultas fueran telefónicas», indica este R4 que en mayo terminará su periodo de formación como especialista. «No es lo mismo, es necesario ver al paciente y hacer un seguimiento en persona», defiende cuando se le pregunta si, al menos, ha aprendido a pasar consultas con el teléfono en la oreja.
Los quehaceres de los residentes han sido la sombra de las olas de la covid en los hospitales valencianos. Quique Cuñat, residente de tercer año en Endocrinología, ha atendido pacientes por teléfono y ha estado medio año haciendo guardias de Medicina Interna «donde había guardias que eran exclusivamente de covid porque las otras patologías las derivaban a hospitales privados».
«He perdido en la relación médico-paciente que ha sido muy difícil telemáticamente y apenas he visto otras patologías a la covid donde, por ejemplo, las personas diabéticas cuando se les suministra corticoides pueden empeorar de otra manera», lamenta Cuñat. «El aprendizaje de habilidades se ha perdido, el de elementos técnicos más que de conocimientos, y sí, he ganado el aprender a pasar los malos ratos, a ver las situaciones de otra manera, pero siempre a costa del aprendizaje de la especialidad», añade.
«Hemos hecho piña»
«Las cosas que se aprenden basándose en la experiencia, en la práctica y en la repetición se han visto disminuidas porque se han cerrado los quirófanos y las operaciones oncológicas avanzadas no son para un MIR», explica una residente de segundo año de Urología de un hospital de la Comunitat Valenciana. En su caso, cuenta que en el rotatorio que le tocaba en cirugía general no se ha operado porque no había calendario quirúrgico por la saturación de la tercera ola.
La futura uróloga señala que durante estos meses con descenso de actividad quirúrgica «hemos ido a cubrir puestos y reforzar lo que se podía para sacar la faena, pero no se aprende de cosas de la especialidad y menos aún cuando trabajas sobre la saturación como una autómata». «No significa que no hayamos aprendido, pero al solo ver covid, todos hemos perdido aprendizaje», matiza al tiempo que añade que cree que sí que se notará esa falta de práctica en algunos aspectos, pero alega: «Pensamos que todo lo vamos a aprender en la residencia y es mentira, vamos a estar toda la vida aprendiendo».
El objetivo de Juan Pinazo es estar el año que viene en el hospital como residente. En apenas dos semanas se presenta al examen MIR y ha decidido aislarse para evitar sustos. «El examen no se considera fuerza mayor y si te contagias de covid o eres contacto estrecho y tienes que hacer la cuarentena te salta la convocatoria», expresa con cierta indignación. A finales de febrero de 2020, cuando todavía era un alumno de sexto de Medicina, él y otros estudiantes esperaban en una de las salas del Hospital Rector Peset para continuar con sus prácticas en Urgencias. Les parecía raro que no fuera nadie a decirles nada hasta que un responsable les mandó para casa. «Fuimos los primeros a los que se les suspendieron las prácticas», indica. La covid ya estaba aquí.
«Desde la universidad no nos hicieron mucho caso, no teníamos ni idea, dependía de cada hospital», añade. Pinazo todavía duda qué especialidad elegir: «En la carrera tenía muy claro que quería Traumatología, pero las prácticas se suspendieron cuando me tocaba el rotatorio por trauma y no he podido comprobar si me gusta eso más que otras como anestesia que me gustó bastante». Mientras tanto, se prepara para un examen que, admite, «me está costando más». «La situación afecta, claro», sentencia.
En unos meses Pinazo formará parte de la primera línea contra la covid, o quizás la pandemia solo sea un recuerdo. Los residentes, por su parte, hoy utilizan un pretérito perfecto, un «no ha acabado», al que le añaden efectos de futuro. «Nos ha permitido hacer mucha piña en el hospital, ir todos a una», dice Llau; «la sanidad estaba bien valorada y el personal sanitario ha respondido ante la situación», añade Jorda. O la reflexión más personal de Aisa: «Hay momentos malos, con saturación, estrés, donde tienes que dar malas noticias y dudas si merece la pena, pero luego hay alguien que se recupera, que mejora de una situación crítica y sí, merece la pena».
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