“Sentí que comenzó a caer un montón de piedras contra nosotros. Muchos hinchas de la Nación Verdolaga nos estaban esperando en la calle para matarnos”, es la escabrosa narración que hizo un hincha de Nacional de Medellín para describir el ataque del que fueron víctimas por parte de otros aficionados del mismo equipo, un hecho aún más delirante que todos los que conocíamos de la violencia que suele derivarse de estas organizaciones que basan en el fanatismo su existencia y que, de seguidores de un deporte, se transforman en bandas delincuenciales con tránsito hacia la asonada, el vandalismo e, incluso, el linchamiento y el asesinato.
Tres días después de estos hechos, el miércoles de esta semana, hinchas de dos equipos de Bogotá se enfrentaron y dejaron dos heridos entre personas que nada tenían que ver con la riña. Pero, estos no son sucesos aislados, pues, después del receso del fútbol por la pandemia, poco a poco ha ido incrementándose la violencia entre las barras, un hecho que nuevamente preocupa a los aficionados responsables y debe mover con energía a las autoridades a fin de controlar a tiempo lo que tiene potencialidad de convertirse en un problema de muy difícil tratamiento.
En lo que nos atañe a nosotros, hay que reconocer como muy positivo el comportamiento que desde hace ya un buen tiempo han tenido las barras que acompañan al Atlético Bucaramanga, una actitud que esperamos que se mantenga y que lo que hasta ahora es un ejemplo para muchas ciudades, no vaya a perderse por las provocaciones de hinchas que suelen confundir la afición por un equipo con la expresión de otra clase de motivaciones personales y sociales que se desfogan con el fútbol.
El Atlético se ha recuperado en las manos de Armando Osma y si logra mantenerse en los ocho primeros y acceder a las rondas finales del torneo, debe contar con el aliento pacífico y entusiasta de sus seguidores y no llevar las emociones o las frustraciones deportivas al campo de la violencia, como nos ha sucedido en el pasado. Nunca más podemos llegar a los excesos del 11 de octubre de 1981, que dejó el estadio Alfonso López semidestruido y con víctimas fatales en sus graderías. Lo deseable es que el buen comportamiento hasta ahora observado por los hinchas de nuestro equipo siga siendo ejemplo para los demás aficionados y tranquilidad para todos los que, como ellos, quieran acompañar al Bucaramanga en la esperanza de su primera estrella.
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