Las experiencias de los pacientes con Covid persistente están impulsando una revolución en la investigación no solo del Covid sino también de muchas otras enfermedades. Los pacientes, que típicamente sólo han sido sujetos de investigaciones, se están convirtiendo en socios del proceso.
Cuando el cuerpo de Liza Fisher empezó a verse afectado por temblores poco después de ser hospitalizada con Covid-19 en 2020, comenzó una odisea médica de 18 meses durante la cual consultó a inmunólogos, cardiólogos, neurólogos y un sinfín de especialistas con la esperanza de que supieran cómo tratar sus convulsiones incapacitantes.
«No tenían experiencia», dijo Fisher, de 38 años, ex azafata de vuelo e instructora de yoga a tiempo parcial que ahora utiliza una silla de ruedas. Por ello, Fisher buscó a otros enfermos en Internet y reunió a un grupo cada vez más visible de científicos ciudadanos en busca de una investigación orientada al tratamiento del Covid persistente.
La experiencia de Fisher -y la de quienes sufren lo mismo que ella- está impulsando una revolución en la investigación no solo del Covid, sino también de muchas otras enfermedades, dicen los expertos. Los pacientes, que normalmente son sólo objeto de estudio en el proceso de investigación, se están convirtiendo en socios del mismo.
Están documentando sus síntomas en línea en tiempo real, además de ayudar a idear preguntas y estrategias para realizar encuestas y, finalmente, difundir los resultados.
Es como si los conejillos de indias ahora trabajaran junto a los científicos.
«Aportamos conocimiento experimental y tenemos suficiente perspectiva externa como para ver las ineficiencias que las personas inmersas en el sistema no pueden ver».
Diana Zicklin Berrent, fundadora de Survivor Corps, un grupo de defensa de pacientes que ha estado colaborando con los investigadores de Yale y otros centros médicos.
Es el ejemplo más reciente de una creciente convicción de que trabajar en equipo con los pacientes no solo es justo y equitativo, sino que también puede mejorar la investigación. A finales de la década de 1980, a medida que la epidemia de VIH/SIDA cobraba impulso, ACT UP y otros grupos ejercieron presión y lograron agilizar el proceso de desarrollo de los medicamentos. En 2010, la Ley de Cuidado de Salud Asequible brindó financiamiento para la investigación centrada en el paciente.
Al mismo tiempo, los avances tecnológicos han movilizado a los pacientes para que compartan apoyo emocional y datos en tiempo real sobre sus síntomas en línea. Estos esfuerzos se han unido en torno al Covid persistente, impulsando estudios en grandes centros médicos como la Universidad de Carolina del Sur y la Universidad de Yale que incluyen a los pacientes en todas las fases de la investigación.
En muchos casos, dicen los expertos, los objetivos científicos de los investigadores difieren de los de los pacientes, sobre todo durante una pandemia en la cual un gran número de pacientes da prioridad a encontrar tratamientos inmediatos.
«Lo que es relevante para los diseñadores de políticas y los médicos no siempre es lo más importante para los pacientes».
Nabil Natafgi, profesor adjunto del Departamento de Políticas de Servicios Sanitarios de la Escuela de Salud Pública Arnold de la Universidad de Carolina del Sur
Natafgi dice que la pandemia ha obligado a los investigadores a replantearse la mejor manera de incluir a los pacientes en la investigación y hacerla más relevante para ellos.
Los colegas de Natafgi reclutaron recientemente a 15 pacientes expertos como parte de un «estudio de participación de pacientes» virtual que incluirá las experiencias de los pacientes en todas las etapas de la investigación. Martha Griffin, coordinadora de ciencias de una escuela de Austin que se jubiló en 2020 tras desarrollar Covid persistente, es una de ellas. Se ha sentido frustrada por recientes investigaciones que se han centrado en el virus mismo y no han tenido en cuenta lo difícil que es vivir con fatiga y la dificultad para concentrarse que hace que incluso las pequeñas tareas, como llenar las encuestas de los investigadores, sean abrumadoras.
«Me gustaría que los investigadores lo entendieran: ¿Cuáles son las ideas que ayudarían a mejorar nuestra calidad de vida?», dijo Griffin, de 62 años. «Y no dentro de cinco años. Necesitamos una solución ahora mismo».
La necesidad de encontrar tratamientos para el Covid persistente se ha vuelto cada vez más urgente a medida que el país comienza a aceptar el coronavirus como una amenaza constante de menor nivel. El gobierno estima que entre 7,7 y 23 millones de personas pueden tener ya Covid persistente. El mes pasado, el senador Tim Kaine, Demócrata de Virginia, que todavía experimenta hormigueos después de haber padecido Covid en 2020, presentó un proyecto de ley con el apoyo de grupos pro-defensa de pacientes para ampliar los recursos destinados al tratamiento de personas que experimentan efectos a largo plazo.
Para ello, según los expertos, es necesario incluir desde las primeras fases a personas que conozcan de cerca la vida con Covid persistente. El enfoque cambia por completo el proceso tradicional descendente, en el cual los ensayos clínicos son diseñados por los investigadores de los principales centros médicos académicos y exigen a los pacientes que se atengan en gran medida a sus reglas: los voluntarios suelen presentarse en persona en los laboratorios para dar muestras o para otro tipo de evaluaciones en persona. Los resultados se publican a menudo en revistas académicas repletas de información, cuyo objetivo principal es responder a las preguntas científicas y no a las preocupaciones inmediatas de los pacientes.
Según Mark Wolff, jefe de estrategia de análisis de la salud de la empresa de análisis de datos globales SAS, los investigadores y reguladores gradualmente han llegado a reconocer la importancia de las aportaciones de los pacientes. Además de evaluar la seguridad y la eficacia de un nuevo fármaco o tratamiento, en los últimos años los organismos reguladores empezaron a incluir en esa evaluación las valoraciones de los pacientes sobre el nivel de riesgo que podrían estar dispuestos a aceptar.
Katherine R. Tuttle, nefróloga de la Universidad de Washington, ha visto cómo las perspectivas de los pacientes pueden alterar el modo en que los investigadores realizan su trabajo. Recordó a un científico de laboratorio que se sintió tan conmovido al hablar con los pacientes que se comprometió a no volver a desechar los tejidos no utilizados. Solo más tarde descubrió que las muestras congeladas serían clave para avanzar en su trabajo.
Tuttle, quien fue residente en Chicago en la década de 1980, y otros investigadores, consideran que la epidemia de VIH/SIDA fue un momento crucial para la defensa de los pacientes. Steven Epstein, autor de «Impure Science: AIDS, Activism, and the Politics of Knowledge» (Ciencia impura: sida, activismo y política del conocimiento) nos recuerda cómo los grupos como ACT UP empezaron a utilizar sus experiencias compartidas para avanzar en el desarrollo de medicamentos. Desafiaron a los investigadores que querían excluir a los participantes que ya estaban tomando otros medicamentos, obligando a los científicos a trabajar en su lugar con poblaciones más reales, aunque los datos de dicho estudio pudieran acabar siendo menos claros.
Los activistas «adquirieron conocimientos especializados para que la gente los tomara en serio», dijo Epstein, presagiando la defensa en línea que se ha desarrollado en torno al Covid persistente. «Tenían este otro tipo de conocimiento empírico, y entonces fueron capaces de ganar aliados entre los grupos de expertos».
En 2012, el gobierno se involucró al fundar el Instituto de Investigación Centrado en Resultados de Pacientes (PCORI por sus siglas en inglés), una organización independiente sin ánimo de lucro, en virtud de la Ley de Cuidado de Salud Asequible que pide que todas las partes interesadas, incluidos los pacientes, participen en todo el proceso de investigación.
Entonces llegó el Covid, y el Covid persistente.
Las restricciones de la pandemia dieron lugar a un nuevo «enfoque todos manos a la obra» para la investigación, recordó Tuttle, y los científicos recurrieron a los servicios de mensajería para entregar los fármacos del estudio y a los pacientes para recoger muestras y controlar sus síntomas en casa.
Al mismo tiempo, el virus arrojó sorpresas, desde la variedad de síntomas que producía, hasta la creciente conciencia de que algunos pacientes no se recuperaron del todo o desarrollaron nuevos síntomas, al igual que Fisher.
Sin un manual médico de Covid persistente al cual acudir, Cindy Ivanhoe, especialista en rehabilitación neurológica de UTHealth Houston/TIRR Memorial Hermann que supervisa el tratamiento de Fisher, dijo que tuvo que recurrir a su experiencia con una enfermedad con la cual ya estaba familiarizada: la disautonomía, o la disfunción de los nervios que regulan funciones involuntarias como el ritmo cardíaco, la presión arterial y la sudoración.
Desde el punto de vista del investigador, esa misma falta de ciencia médica acumulada ha creado nuevas posibilidades.
«No había especialistas», dijo Harlan Krumholz, un cardiólogo de Yale que desde hace tiempo cree en la importancia de incluir a los pacientes en el proceso de investigación.
«Las personas que tenían un conocimiento profundo (sobre el Covid persistente) eran las que lo experimentaban».
Harlan Krumholz, Cardiólogo de Yale.
Y eso, según Krumholz, «abrió los ojos de mucha gente hacia una forma diferente de llevar a cabo las investigaciones».
La investigación suele verse afectada porque los pacientes abandonan los estudios o no siguen al pie de la letra los protocolos de los científicos, dijo Krumholz. ¿Y quién mejor para plantear preguntas de investigación que las personas que tienen interés en encontrar una cura? ¿Quién entiende mejor los retos de presentarse a entregar muestras? ¿Y quién está mejor preparado para difundir los resultados de un estudio que un grupo de personas que han sufrido la enfermedad?
Krumholz y su esposa, Leslie, utilizan una plataforma con fines de lucro que desarrollaron para poner a prueba la filosofía de «el paciente es lo primero», utilizando la tecnología para recopilar datos de los pacientes.
Hugo Health permite a los pacientes vincular los datos de salud a partir de las historias clínicas electrónicas, su farmacia y su reloj inteligente, al tiempo que promete no compartir los datos a menos que los pacientes lo autoricen. El primer estudio de Hugo, en 2016, analizó el reingreso y el uso de los servicios de urgencias después de que un paciente recibe el alta hospitalaria.
La plataforma alberga una comunidad específica de Covid, Kindred, en la cual los pacientes pueden obtener apoyo de sus pares e información de expertos, así como responder a encuestas y sondeos, cerrando la brecha entre la experiencia de los pacientes en tiempo real y la investigación académica. Harlan Krumholz y su colega de Yale, la inmunóloga Akiko Iwasaki, piensan poner en marcha un estudio que utilice los datos de la comunidad para asociar a las personas con patrones de síntomas similares con los posibles mecanismos biológicos, como la evidencia de virus persistentes en el cuerpo o cambios en el funcionamiento del sistema inmunitario.
Iwasaki colaboró con Survivor Corps en un estudio anterior, al recurrir a los miembros del grupo para ayudar con la inscripción en un estudio que examina cómo las vacunas podrían mejorar los síntomas del Covid persistente.
El enfoque contrasta con el trabajo de los Institutos Nacionales de Salud (NIH), que hace más de un año recibieron $1.150 millones del Congreso para poner en marcha una iniciativa de cuatro años para identificar sus causas.
La iniciativa RECOVER se compone en gran medida de ensayos epidemiológicos y de observación, y en ella se han inscrito decenas de miles de pacientes de los 50 estados, así como personas no contagiadas para servir como punto de comparación.
«Será un tesoro nacional una vez que se haya finalizado», dijo Bruce Levy, investigador principal de una parte de la iniciativa, la Greater Boston Covid Recovery Cohort. «Pero no está estructurado para dar respuestas rápidas, eso es seguro».
Según Levy, el proyecto está orientado al paciente y hace hincapié en la inclusión de diversos grupos de pacientes. Levy, quien describió como «extremadamente útil» el apoyo que brindan los grupos en defensa de los pacientes, dijo que sus fuertes voces pueden a veces ahogar a los menos instruidos en grupos de apoyo en línea. «Las comunidades de raza negra y morena no tienen el mismo nivel de activismo», dijo.
El alcance de la iniciativa del NIH va más allá del Covid persistente, según Walter Koroshetz, director del Instituto Nacional de Desordenes Neurológicos y Paros Cardíacos del NIH y copresidente de RECOVER. «Se trata de un proyecto similar al de ‘cómo llegar a la luna'», dijo, que tiene como objetivo comprender también las afecciones posvirales como la fatiga crónica, o ME/CFS (encefalomielitis/síndrome de fatiga crónica), que han desconcertado a los científicos durante décadas. «Si hay una respuesta rápida que alguien en cualquier país pueda obtener, sería estupendo», dijo.
Sin embargo, la amplia ambición del NIH frustra a algunos médicos y defensores de pacientes: Lo que era la norma de oro para recopilar datos sobre, por ejemplo, los paros cardíacos, que pasaron por décadas de investigación antes de que los médicos encontrarán el mejor tratamiento, es poco adecuada para una emergencia generalizada, dicen.
«En el caso de las enfermedades cardíacas, no es que todas las personas de 50 años sufran infartos», afirma Kavita Patel, médica de atención primaria y experta en políticas sanitarias. «La diferencia esta vez es que nunca habíamos sufrido tanta morbilidad y devastación a nivel global”.
Berrent cree que el Covid persistente cambiará la forma de investigar. «Una vez que se vea que la ciencia avanza a toda velocidad, ya no habrá vuelta atrás», dijo.
Ella y Fisher figuran ahora, junto con otros miembros de Survivor Corps e investigadores de Yale y de la Universidad de Pensilvania, como coautores de un estudio que aún no ha sido revisado por colegas sobre los temblores que presentan las personas con Covid persistente.
Con la información de los aproximadamente 200.000 miembros de Survivor Corps, los investigadores pudieron identificar situaciones comunes en las descripciones de sus síntomas, así como en las respuestas de los profesionales médicos.
Fisher nunca pensó que sería coautora de un estudio científico. Pero hay pocas cosas de los dos últimos años que podría haber previsto.
«Acepté ser un conejillo de indias cuando estaba en el hospital. Parecía un chiste, y me di cuenta de que, en realidad, no era ningún chiste». «La forma en que lo asimilo es: esto ayudará a otros».
Liza Fisher, Paciente de Covid persistente.
Con ello, se refiere a otras personas además de la gran comunidad de Covid persistente que se beneficiarán de la investigación centrada en el paciente.
«No creo que esto sea solo una tendencia; esto es una transformación», dice Fisher.
Washington Post – Frances Stead Sellers
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