Opinión, por Pedro Vargas Ávalos //
Jalisco es aquilatado dentro del pacto federal que dio vida a la República Mexicana, como el “hermano mayor”, por haber sido no solo la fuente del republicanismo, sino la cuna del sistema federalista, que recientemente se puso de moda por un grupo de gobernadores, por lo general críticos del gobierno de la Cuarta Transformación, pero que finalmente ha venido a menos. Como cada año suelen hacerlo, los misioneros de la cultura que son los cronistas municipales, celebraron en el sureño Autlán, su Congreso número 26.
Reflexionando sobre aquel admirable título antedicho, -de Hermano Mayor-, hemos de anotar que inexactamente se confunde atribuyéndoselo al solo tesón de la capital jalisciense, sin embargo, debemos advertir que no se debe exclusivamente a ese innegable brío de la bellísima Perla Tapatía, Guadalajara, la “de los de Jalisco”, -como subrayara el brillante Agustín Yáñez- sino a la suma de esfuerzos de todas las poblaciones del Estado. Y dentro de ese concierto, brilla con luces propias el fructífero suelo de Autlán, el legendario crisol de la grana. Bien asienta el cronista Ignacio Gómez Zepeda, aludiendo a la robusta capital del suroeste de la entidad: “es la única ciudad de Jalisco, no fundada por los españoles, que jamás ha perdido su grandeza y esplendor…”
En efecto, desde que se tiene noticia documental de estas tierras, el 4 de mayo de 1525, en que arribó a la ubicación de “Abtlan” (Autlán), el Visitador hispano Francisco de Vargas, en la Relación que nos legó, (texto escrito por mandato de D. Francisco Cortés de San Buenaventura, primo de Hernán Cortés, quien le encomendó incursionar por amplia área de los Estados de Jalisco y Nayarit) ya la denomina como “cibdad” (ciudad), en reconocimiento a su dimensión: extensa, con 1,200 casas diseminadas en kilómetros, y buen número de pobladores, pues solo varones eran 2,400, más mujeres y niños, con lo que rebasaría los diez mil habitantes, cuya principal ocupación era cultivar maíz y chile (ají). Además, entre otros datos, nos proporciona el nombre de los dos “señores” que gobernaban el lugar: Milpanecatetle (Señor de la Milpa o sembrado) y un joven llamado Opuchel (el zurdo), quienes guiaban a sus guerreros en las refriegas que sostenían con sus vecinos, especialmente los de Milpa, cacicazgo alrededor del renovado Chante autleco.
Una característica de los indígenas de ese rumbo, fue el cultivo de la grana (nocheztli) que, muy apreciada por los españoles, estos incrementaron su cultivo, a tal grado, que la población fue etiquetada como “Autlán de la Grana”, motivo por lo que escribe Lilia Oliver: “Bello nombre que conjuga dos épocas…la prehispánica y la colonial”.
Mucho llovió durante los tres siglos coloniales en los cuales Autlán de la Grana, figuró como Alcaldía Mayor subalternada a la Audiencia de Guadalajara, Reyno de Nueva Galicia, hasta que, ya comprendida en la Intendencia de Guadalajara a fines del siglo XVIII, su rango es de Subdelegación, con Subdelegado en lugar de Alcalde Mayor. Luego se sumó, primero a la lucha por la independencia, (desde 1810) y enseguida a su consumación, que en nuestros lares se alcanzó bajo el lema de “Independencia o Muerte”, el 13 de junio de 1821. Casi a la par, se restauró la vida municipal: esta se había instituido con la Constitución de Cádiz, en toda la antigua provincia neogallega, al finar el año de 1813; pero habiéndose suprimido a escasos dos años, fue restablecida en 1820, logrando consolidarse a partir del siguiente año, siempre presidida por un Alcalde, predecesor de los actuales Presidentes municipales.
Por diciembre de 1822 se eligió a los nuevos alcaldes, y en Autlán resultó electo D. José Antonio de Agraz Gallardo, quien asumiría su cargo en el arranque del nuevo año de 1823. Este personaje será clave para respaldar en mayo al inminente Estado de Xalisco (hoy escrito como Jalisco) que finalmente, el 16 de junio de 1823, surgió con ese cartel como paladín de la republica y el federalismo. Ese apoyo se refleja en el acta del Ayuntamiento autlense que presidía, fechada el 29 de mayo de ese año, fungiendo como secretario D. Jesus Sánchez. El señor Agraz, comerciante, era nativo de Sayula y en 1793 se domicilió en Autlán, donde formó familia casándose con la zacoalquense María Ramona Flores Medrano (1804). Desde ese tiempo se mostró participativo y de ideas avanzadas. Después de servir como alcalde, sostuvo dinámica actividad en la vida política de la demarcación, aspirando a cargos de elección.
El Libro de la Razón General de Hacienda Nacional, redactado por el Intendente y en cierto momento de 1822, Jefe Político de Guadalajara, el ibero D. Antonio Gutiérrez de Ulloa, contiene datos recopilados desde varios años antes, hasta 1823; en él se informa que la Intendencia tapatía, (antes Nueva Galicia, que se proclamaría en junio 16 como Estado Libre de Xalisco), estaba compuesta por 28 Partidos político-administrativos, (antes conocidos como Subdelegaciones) siendo uno el de Autlán, con una población de 36,022 habitantes y conformado por las localidades (antiguos tenientazgos) de Ejutla, Tecolotlán y Ameca, que tenían ayuntamiento, aun cuando por su importancia, también gozaban de esa atribución los pueblos de Ayutla, Cuautitlán, Ixtlahuacán (de Santiago, ahora delegación de Unión de Tula) y Tomatlán. El Partido poseía dos puertos con guarniciones militares en el océano Pacífico: Navidad y Santiago.
Un valioso documento fechado el 29 de mayo de 1823, nos da cabal cuenta del pensamiento del señor Agraz y los más ilustrados residentes de Autlán. En su inicio dicen que de nada serviría “la gloriosa lucha de las Provincias con objeto de adquirir nuestra bien apetecida libertad, si al comenzar a poseerla sufrieran los pueblos la dureza de no poder usarla”. Esto debido a que señalan, el primer Congreso General que tuvo la nación, no cumplió su objetivo esencial -de redactar una Carta Magna-, y en cambio, tras admitir el Imperio iturbidista, fue disuelto por el mismo autócrata que consagró. Y al ser restituido, tras la abdicación de Agustín I, se negaba a cumplir las exigencias de los jaliscienses y otros ciudadanos de todo el país, sobre convocar nuevo Congreso y que este adoptara en su Constitución, el sistema republicano y la fórmula federal, que califican el señor Agraz y sus conciudadanos, como “principios muy liberales”.
Aluden los firmantes del acta autlense, que no se puede permitir que haya un Congreso en pugna con sus comitentes, como hoy por hoy, lo exigimos los mexicanos. De allí que “este Ayuntamiento a nombre del pueblo que representa y anuente con su vecindario en Junta” pida a la Diputación Provincial de Guadalajara, que no se aceptará una Constitución que dicte el Congreso repuesto, “más hoy que las Provincias desatadas ya del Carro Monárquico, pueden por sí mismas constituirse libremente, adoptando el sistema federativo”.
Para esos ancestros nuestros, la “forma de gobierno” sugerida, era la más adecuada para observarse por el Ayuntamiento y su vecindario, considerando que protegería a la religión católica que era la de todos en ese tiempo. Y en cuanto a la Asamblea legislativa (que intitula Alto Senado) deberá emitir “leyes comunes y generales para la conservación, seguridad y confianza pública del Estado”, debiendo asentarse en el lugar que estimen conveniente las “provincias confederadas”.
Por lo que ve al “Congreso Provincial”, es decir, al Poder Legislativo local (que sustituiría a la Diputación Provincial, germinada en la Constitución de Cádiz (1812), instalada en 1813 y suspendida al siguiente año, pero rehabilitada desde 1820) debería estar “compuesto de sabios, nacidos y educados en el mismo territorio”, para que forjen leyes que generen “el bien y la felicidad” con lo cual harán desaparecer “la ociosidad y los vicios a favor de la vigilancia, florecer las artes y la industria por medio de la educación y la enseñanza…y que la agricultura y las minas vengan a ser el manantial inagotable de la prosperidad nacional…”
La argumentación de los primeros federalistas autlenses, cierra con esta reflexión: “Dígase en hora buena, que la falta de ilustración es un obstáculo; este Ayuntamiento, por lo contrario, se siente persuadido firmemente de que un aplicado maestro con menos dificultad instruye cuatro que cuarenta niños, y que aquellos en tal caso adelantarán más pronto.”
El inolvidable literato Ramón Rubín, que vivió y recorrió la zona, se expresó de Autlán como la reina y señora que fue y sigue siendo, de su pródigo valle. En tal idea, es que los cronistas municipales reunidos el anterior sábado 10 de este septiembre, enfatizamos: Si queremos comprender el antaño y hogaño del suroeste jalisciense, debemos conocer la historia de Autlán, insigne desde sus albores, insólita en su desarrollo y férrea en sus convicciones; la comarca y su gente, enarbolan espléndido jirón del perfil de Jalisco, el recio baluarte de la república y fiel recinto de los más significativos valores de la mexicanidad.
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